Apartó dos centímetros una hoja de la persiana, arrimó un ojo a la abertura y se puso a mirar hacia afuera. Eso lo tranquilizaba. Cada vez que miraba hacia afuera se sorprendía con el hecho de que en ese recorte de la realidad, como llamaba al exterior, pudiera ver toda la realidad. Un panorama de no más de treinta metros de largo, desde el edificio con balcones de acrílico amarillo, le bastaba para percibirlo todo.(Bizzio: 133)
domingo, 20 de enero de 2008
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